El ser humano siempre debe rendirle cuentas al tiempo. Ley inexorable que se impone a hombres y mujeres, resulta ser parte vital de la historia del ser humano. Y entre cénit y el nadir, el adiós como consecuencia. Lo anterior referido a la imprevista despedida de un buen escritor: Ezequiel Pérez Plasencia (Tenerife, 1957- Cartagena (Murcia), 2011), el único escritor canario que en su día recibió el Premio Juan Rulfo de Relato Corto (París, Francia) por su obra "Decenas de un cronopio" (1999), entre unos 5.000 relatos que concursaron. Autor de El teléfono y otros cuentos (1989), la selección que él realizó con sus artículos de opinión (1995), Los caminadelado (1995), El regreso de Calvert Cassey (1997), el relato "La ilusión de los vencidos" (1998), la novela El orden del día (2008) y el libro de microrrelatos La voz del vacío (2009).
Conocí a Ezequiel Pérez Plasencia en la década de los años setenta, cuando la juvenud se alzaba briosamente para atisbar diferente horizonte, una democracia avanzada política, económica y socialmente. Años después, siendo Director Literario para la provincia de Santa Cruz de Tenerife de una colección literaria bajo el blasón de Nuevas Escrituras Canarias que reunía poesía, cuento, novela, teatro y ensayo, le propuse si deseaba entregarme un texto inédito para que le fuera publicado. Conforme a su peculiar y más que legítimo carácter, sospechaba yo que terminaría por negarse. Así fue. Pasada casi una década, no dudé en establecer nuevamente contacto con él; fue en el 2010. Se hallaba viviendo en Cartagena (Murcia) y aceptó participar en una antología entre escritores canarios y escritores extranjeros, de próxima publicación. Pero ocurrió algo similar a lo que con anterioridad me había acontecido, y Ezequiel Pérez Plasencia tras desear participar luego deseó retirarse sin aún entregarme el cuento o relato que yo le había solicitado. Estaba, evidentemente, en su pleno derecho, pero me dolió por cuanto deseaba contar con su estimable presencia.
Entre la rebeldía utópica que aspiraba a lograr diferente norte y el talante propio de quien asume un inusual nihilismo, Ezequiel Pérez Plasencia fue en vida todo un exponente del buen quehacer literario, un genuino orfebre del relato corto, a la vez que buen partícipe de acertada hechura periodística. Ahora se nos ha ido definitivamente. Mas, nos ha dejado su obra. Lamentablemente, en el transcurso de unos seis meses, aproximadamente, hemos perdido a dos excelentes creadores. El primero, Ernesto Delgado Baudet, poeta y narrador, a finales de agosto del 2010; y el segundo, Ezequiel Pérez Plasencia, a mediados del mes de febrero del 2011. Creo, en tal sentido, que ambos escritores merecen que su obra resulte compilada para que veteranos y jóvenes lectores puedan acceder a sus textos. En el caso de Delgado Baudet, preconicé que se instaurara un galardón literario de poesía y prosa que llevara su nombre. Ahora, participo de una personal vocación con respecto a Pérez Plasencia y centrada en su corta y larga narrativa.
Hemos de desterrar de la fratricida sociedad canaria, predispuesta a la hostilidad y a la neosensura que se genera en la comarca literaria, el desrrecuerdo. Así lo hizo en su momento Coriolano González Montañés, buen poeta y profesor, en lo se refiere a Ernesto Delgado Baudet, y ahora lo ha cristalizado el buen periodista Eduardo García Rojas. Les ha movido la ternura de un más que merecido homenaje que se ha alzado desde la nobleza.
Conocí a Ezequiel Pérez Plasencia en la década de los años setenta, cuando la juvenud se alzaba briosamente para atisbar diferente horizonte, una democracia avanzada política, económica y socialmente. Años después, siendo Director Literario para la provincia de Santa Cruz de Tenerife de una colección literaria bajo el blasón de Nuevas Escrituras Canarias que reunía poesía, cuento, novela, teatro y ensayo, le propuse si deseaba entregarme un texto inédito para que le fuera publicado. Conforme a su peculiar y más que legítimo carácter, sospechaba yo que terminaría por negarse. Así fue. Pasada casi una década, no dudé en establecer nuevamente contacto con él; fue en el 2010. Se hallaba viviendo en Cartagena (Murcia) y aceptó participar en una antología entre escritores canarios y escritores extranjeros, de próxima publicación. Pero ocurrió algo similar a lo que con anterioridad me había acontecido, y Ezequiel Pérez Plasencia tras desear participar luego deseó retirarse sin aún entregarme el cuento o relato que yo le había solicitado. Estaba, evidentemente, en su pleno derecho, pero me dolió por cuanto deseaba contar con su estimable presencia.
Entre la rebeldía utópica que aspiraba a lograr diferente norte y el talante propio de quien asume un inusual nihilismo, Ezequiel Pérez Plasencia fue en vida todo un exponente del buen quehacer literario, un genuino orfebre del relato corto, a la vez que buen partícipe de acertada hechura periodística. Ahora se nos ha ido definitivamente. Mas, nos ha dejado su obra. Lamentablemente, en el transcurso de unos seis meses, aproximadamente, hemos perdido a dos excelentes creadores. El primero, Ernesto Delgado Baudet, poeta y narrador, a finales de agosto del 2010; y el segundo, Ezequiel Pérez Plasencia, a mediados del mes de febrero del 2011. Creo, en tal sentido, que ambos escritores merecen que su obra resulte compilada para que veteranos y jóvenes lectores puedan acceder a sus textos. En el caso de Delgado Baudet, preconicé que se instaurara un galardón literario de poesía y prosa que llevara su nombre. Ahora, participo de una personal vocación con respecto a Pérez Plasencia y centrada en su corta y larga narrativa.
Hemos de desterrar de la fratricida sociedad canaria, predispuesta a la hostilidad y a la neosensura que se genera en la comarca literaria, el desrrecuerdo. Así lo hizo en su momento Coriolano González Montañés, buen poeta y profesor, en lo se refiere a Ernesto Delgado Baudet, y ahora lo ha cristalizado el buen periodista Eduardo García Rojas. Les ha movido la ternura de un más que merecido homenaje que se ha alzado desde la nobleza.
1 comentario:
Tú lo has dicho: la obra persiste, será siempre un lugar de encuentro
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